Sucedió que en cierta carpintería se reunieron las herramientas para arreglar sus diferencias. La mayoría de ellas querían expulsar al martillo, justificando que hacía demasiado ruido y que se pasaba el tiempo dando golpes.
El martillo, herido en su orgullo, aceptó renunciar a condición de que tampoco se le dejase ejercer al tornillo, pues había que darle demasiadas ueltas para que fuese útil.
El tornillo, a su vez, pidió la expulsión de la lija, haciendo ver su aspereza y las fricciones que tenía en su trato con los demás.
Ésta aceptó, pero únicamente si el metro era echado también, ya que siempre medía a los demás según sus marcas, como si él fuese el único perfecto.
En esto estaban, cuando entró el carpintero y, tomando unas toscas tablas de madera, empleó todas y cada una de las herramientas para confeccionar un precioso mueble que pesaba regalar a su esposa.
Cuando finalizó, abandonó la carpintería y las herramientas formaron de nuevo la asamblea. Entonces el serrucho tomó la palabra:
- Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades, lo que nos hace valiosos. ¡Fíjense! El martillo es fuerte, el tornillo une, la lija lima asperezas y el metro es preciso y exacto. Y observen, además, el lindo trabajo que, juntos, somos capaces de hacer.
martes, 13 de abril de 2010
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